jueves, 9 de octubre de 2008

El Reloj Gigante

Hector se despertó por un sonido desconocido proveniente de la apartada sala de la casa. ¿Que era ese sonido que imprevistamente columpiaba por el aire? Parecía la caída sistemática de una roca sobre el piso, rítmica y cavernosamente sobre las baldosas. También como el colmillo de un lobo hundiéndose en una pared de cartón. No había nada más que ese sonido meditabundo propagándose por todas las habitaciones de la casa y su creciente tamaño como una campana golpeada con entusiasmo. Todo se había secuestrado al ritmo de aquel ruido progresivo y autoritario. De aquella nota solitaria y poética. Las ventanas vibraban, los pequeños objetos de la mesa se movían y la puerta de la habitación ondulaba como una ola en el mar.