La flama del encendedor enciende mi tabaco. Fumo una vez, dos veces, tres veces. Luego el silencio de siempre, el silencio de la noche cuando se acaba algo de Wagner y empieza algo de Beethoven. Me quito los zapatos ajustados y cafés. De nuevo el silencio, la detención brusca del universo, voltea a ver y luego da un paso, varios pasos tímidos como un cangrejo viejo.
En instantes va a salir el sol, el sol de siempre. Dará un paseo mientras la humanidad compra periódicos y panes redondos.
miércoles, 11 de abril de 2007
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